En el fútbol, ese juego en el que cada elemento representa otra cosa, nada de lo que sucede es de despreciar. Cada incidencia se multiplica en infinidad de significados que recorren el planeta entero en segundos. No son los hechos concretos los que movilizan hasta las lágrimas a millones de personas. No es la transformación de energía potencial en energía cinética que modifica la trayectoria de un objeto aproximadamente esférico apartándolo de la parábola perfecta a la que lo condena la gravedad terrestre. Es el hecho que la pelota baje a tiempo para colarse entre el travesaño y el guante lo que nos emociona y no por su rareza dinámica sino por que pone de manifiesto el auto dominio del ejecutante, su capacidad de realizar el gesto exacto a pesar de la presión emocional que las circunstancias le aplican.
No se debe despreciar el impacto del fútbol en la realidad porque se trate de un acontecimiento artificial, fruto de una convención y un evento comercial orientado al lucro de los auspiciantes. No por consistir los partidos en un breve lapso durante el cual una veintena de hombres en la flor de la edad intentan realizar un difícil acto de acrobacia a la vez que impedírselo a los contrarios, o quizás por esa misma arbitrariedad, significan tanto para tanta gente.
Un partido de fútbol son veintidós signos corriendo tras de un signo, intentando introducirlo en uno de los dos signos que rematan un signo rectangular, a su vez rodeado por un gran signo donde decenas de miles de personas se agitan transformándose en signos. La propia inutilidad de todo este despliegue es la que favorece su potencial significativo.
Lo único que hay para ver en un partido de fútbol es el abanico de reacciones humanas ante cada situación del juego. No importa si la pelota picó adentro o afuera, ésa es una discusión muerta antes de nacer. Lo que realmente importa es cómo reacciona el equipo vulnerado para revertir la desventaja y qué hacen los otros para aumentarla. Allí está lo patético del fútbol.
Por eso me resultó mucho más emotiva la renuncia al festejo del Mono Pereira tras el segundo gol uruguayo ante Holanda que la habilidad con que enganchó hacia adentro buscando el hueco para colocar el tiro cruzado. Pereira no consideró que hacer ese gol tuviera ningún valor en sí mismo, si no fuera como un necesario escalón para alcanzar un imposible empate.
La urgencia de la maniobra, el gesto contenido del Mono, la pelota rápidamente recuperada del fondo de la red por los propios celestes. Esas actitudes fueron las que me decidieron a ponerme la campera el martes 6 a las 5 y pico de la tarde y salir a festejar.
Me pregunté más tarde cuál era el sentido de festejar una derrota. ¿Por qué la alegría podía más que la desilusión? Primera tentativa de respuesta: porque era una derrota previsible. Segunda, por la ubicación de Uruguay entre los cuatro mejores del torneo. Tercera respuesta, para que los jugadores, desde sudáfrica, se enteraran del apoyo que les daban - aún perdiendo - sus compatriotas.
Esas y otras son respuestas verdaderas. Pero viendo a los jóvenes montevideanos saltar y cantar mientras la pantalla gigante se vaciaba de camisetas celestes, creí reconocer un ingrediente nuevo. Un significado nunca antes trasmitido por la selección. Habíamos aprendido a perder.
¿No será que el hecho de perder - estadísticamente mucho más frecuente que el de ganar - es la verdadera enseñanza que queda del fútbol? ¿Estuvimos tan sumergidos en un mar de derrota que perdimos la capacidad de entender lo que significa perder?
Ahora que por fin sacamos la cabeza fuera del agua y durante 7 partidos no fuimos vencidos, ¿podremos vivir la derrota de otra manera? Ya no como un sino fatídico al que nos condenan fuerzas más poderosas que nosotros, sean éstas nuestra pequeñez, la envidia ajena o la conspiración de los jueces con la televisión. Sí como un aspecto necesario para la competencia deportiva, sí como un ingrediente esencial de la vida. ¿Podremos vivir la derrota como el combustible con el que se llega a la victoria?
Creo que en estos mágicos días del Mundial 2010, los uruguayos volvimos a aprender algunas cosas que habíamos olvidado. Alegría, confianza, tolerancia, autoestima. Que a ganar se acostumbra cualquiera, pero que pocos saben perder.
Creo que estamos un poco más cerca de entender el verdadero significado del fútbol. Que es como decir el significado de la vida.