martes, junio 03, 2008

Una empresa joven.

Esta es una empresa joven. -fue lo primero que me dijo el dueño de la agencia- El promedio de edad es de 24 años. ¡Y eso que yo lo levanto bastante! -bromeó mostrando su dentadura perfecta.- Siempre contratamos gente joven como vos. Gente que nos traiga frescura e ideas nuevas.

Tardé una semana en averiguar las edades de casi todos. Según mis cálculos, Johnny Ponce se incluía en el promedio con 39 años. Evidentemente se sacaba edad, teniendo en cuenta lo que me contó aquel primer día de trabajo.

-Cuando empezamos con PONCE/FE&E, en 1980, lo teníamos muy claro. Y hoy lo seguimos manteniendo. La publicidad es antes que nada belleza -decía Ponce.- Es lo único que no puede faltar en un aviso. Puede ser un comercial de humor, de emoción, de orgullo...pero siempre tiene que mostrarnos algo bello, algo que atraiga al público. Nadie quiere ver cosas feas. Hasta la tristeza es atractiva si se muestra con belleza. Y qué es lo más hermoso que existe? Un niño, un adolescente. Una niña, también. ¿Eh? ¿Entendés? Acordate siempre. Juventud, belleza.

Este principio de Johnny Ponce era aplicado dentro de la agencia. La mayoría de mis nuevos compañeros rondaban los 20 años, y parecían sacados de un Book de modelos. No es que fueran perfectos, pero todos irradiaban ese encanto de quien se siente admirado. Cada uno tenía algo que lo caracterizaba; quien no tenía lindos ojos ostentaba un físico trabajado o un vestuario de vanguardia. Los creativos optaban por destacarse a través del corte de pelo, quizás simbolizando su labor intelectual. Los ejecutivos de cuentas se cuidaban de no ponerse dos veces la misma ropa, en un esfuerzo por no lucir menos pudientes que los clientes. En otras áreas de la agencia podías encontrar los mejores culos o los mejores anteojos de sol. Los cadetes parecían sacados de Rápido y Furioso. Hasta los contadores tenían onda.

Pero la estrella indiscutida de aquel universo era Bettina, la secretaria de Ponce. El mérito de Bettina era que, teniendo todo para ser modelo de pasarela, había elegido el segundo plano de ser la asistente personal de un publicitario estrella. Hay que decir que todos los hombres de la agencia y algunas mujeres se sentían muy atraídos por ella, y se lo hacían saber todo el tiempo. Bettina les contestaba con horribles groserías dichas en voz baja. Nadie se daba por ofendido.

Yo no me dejé impresionar. Ante tal despliegue de glamour actuaba como si se tratara de algo normal. A lo sumo me despeinaba un poco en el espejo del ascensor, y cada día buscaba en mi ropero las camisetas más freak que tenía. Por supuesto nadie me decía nada, ni siquiera cuando fuí con la del reparto de garrafas. Sólo creí advertir un destello de envidia en los ojos del Director Creativo mientras me explicaba mi primer encargo.

Se trataba de una campaña para ForEver, una línea de cosméticos.

- La semana que viene tenemos que presentar un guión de televisión -me contó mientras jugaba al GTA en su laptop.- Tenemos bastante rubro, así que podés pensar con libertad. La única exigencia es mostrar bien toda la línea de productos ForEver. Hay cremas para el rostro, aceites corporales, tónicos, no sé, varias cosas más. Trabajalo y el viernes me mostrás qué tenés.

La oportunidad me entusiasmaba. Era un trabajo importante, para un laboratorio extranjero, y el comercial iba a salir en la tele de toda América Latina y el Caribe. Sólo extrañaba el trabajar con alguien más. En Eufemismo, la agencia donde estaba antes, siempre éramos dos o tres pensando juntos. Aquí estábamos solos, yo y mi computadora, en un cubículo. Así son las grandes agencias, deduje.

No es que me la creyera, seguramente el Director Creativo le había abierto la misma orden a otros creativos. Darme un brief tan importante era una forma de evaluarme, y tal vez de justificar su decisión de traerme a la empresa. Aunque yo tenía varios premios en concursos de jóvenes creativos, una cosa es el curriculum y otra el trabajo diario.

Mientras me servía un vaso de agua en la cocina, empecé a ordenar mis ideas. Tenía cinco días por delante. Si dedicaba un par de días a tirar ideas, el miércoles podía elegir las dos mejores y escribir los guiones para el jueves a última hora. El viernes de mañana me dedicaría a imprimirlos para presentarlos bien prolijos. Al llevarme el vaso a la boca, algo llamó mi atención. Sobre la mesada de la cocina había varios termos y en el escurridor de platos se secaban los correspondientes mates.

Me sorprendió que en un lugar tan cool se permitiera tomar mate. Aunque pensándolo bien, no era tan extraño. Hasta en Buenos Aires la gente anda tomando mate por la calle como si todos fueran uruguayos. Para mí era una excelente noticia. Las mejores ideas en mi vida de creativo se me habían ocurrido mientras tomaba mate.

Tres días y dos kilos de yerba más tarde sólo había alcanzado escribir uno de los guiones. No era una maravilla, pero algo es algo. Era preferible mejorar lo que tenía y no embarcarme en escribir el otro. Llamé al Director Creativo y le anuncié que al otro día estaría pronto para presentarle mi obra. Me contestó que ya tenía agendada una reunión con Johnny Ponce y conmigo el viernes de tarde. La suerte estaba echada. Más valía que la idea les gustara, si no mi pasaje por PONCE/FE&E iba a ser el más corto de la historia.

-Podés pasar -me sonrió Bettina desde su metro setenta y cinco.- ¡rompeles el orto, baby!

El Director Creativo estaba estirado a lo largo en el sofá Mies Van der Rohe, con los pies descalzos sobre la mesita de café, jugando con un Gameboy. De pie junto al bar, Johnny Ponce se servía agua de una jarra de cristal tallado.

- Ah, Alberto. Pasá, pasá. Estamos ansiosos por ver nuestro próximo León en Cannes - me invitó Ponce. A contraluz contra el aparador de bebidas, sólo se distinguían sus dientes blancos.

- Dale, contanos -dijo el Director Creativo sin dejar de jugar.- Yo te estoy prestando atención aunque no te mire. Multitasking.

- Este. Bueno, les cuento -comencé de una.- Yo partí de la base que todos los comerciales de productos cosméticos son iguales. Todos muestran mujeres hermosas que usan los productos y quedan más hermosas aún. Entonces se me ocurrió pensar ¿cuándo es más bella una mujer? ¿Cuál es el cosmético embellecedor más efectivo? La respuesta está en este comercial.

- Intrigante. Buen comienzo - dijo Ponce.

Envalentonado, les conté el comercial. Mi idea era mostrar un casting, o un concurso de belleza. Una situación un poco ambigua, en la que había un hombre sentado en una silla rodeado de asistentes, mientras desfilaban frente a él una mina impresionante atrás de otra. Se iban intercalando imágenes de esas mujeres en cámara lenta con otras mujeres detrás de bambalinas preparándose para salir, peinándose ante el espejo, poniéndose cremas, maquillaje y todo eso. El hombre, en penumbras, las iba descartando con mínimos gestos. Una secretaria tomaba nota en su PDA.

Entonces descubrimos una mujer evidentemente fea. Bueno, no fea, fea. Normal. En medio de aquellas modelos destaca como si la iluminara un seguidor. No se arregla, ni se mira al espejo. Camina confiada. Sale al ruedo y mira directamente a los ojos del hombre. Este no puede despegarse de esa mirada. Se siente llamado. Se levanta y brutalmente la abraza y la besa. Las demás mujeres reaccionan con miradas de sorpresa y odio. Entra el locutor en off: “La mujer más bella es la mujer amada. ForEver. Beauty products for loved women”.

Terminé mi cuento con un gesto de satisfacción y deposité suavemente el papel en la mesita. El Director Creativo no dijo nada y levantó la vista hacia Ponce. Ponce me miró, miró al Director Creativo y sin decir palabra tecleó algo en su celular. Alguien atendió del otro lado.

- Bettina. Por favor arreglá para que Alberto, el nuevo redactor, pueda venir mañana sábado y tal vez el domingo a trabajar... Si... Tiene que terminar un guión para que yo me lleve el lunes. Gracias.

Entonces me miró sonriendo.
- Está muy bien, pero creo que tenés que seguir puliéndolo un poco. El lunes de mañana nos volvemos a juntar.

El Director Creativo se levantó de un salto y agarrándome del brazo me arrastró fuera de la oficina de Ponce.

- Vení. Te tengo que explicar una cosa.

Parece que me había mandado una terrible metida de pata. En realidad ForEver no era un cliente más de la agencia. Era EL cliente. Se podía decir que la agencia existía para ForEver. Y lo segundo, me dijo que no había nadie más trabajando en aquel encargo. Que Ponce había insistido en que sólo yo, el joven creativo recién entrado, escribiera aquel guión.

Obviamente, el problema era la mujer fea. Todo lo demás estaba bien, pero no había ninguna posibilidad de poner una mujer fea en un comercial de PONCE/FE&E. Y menos para ForEver.

- No way - dijo el Director Creativo.
- Pero sin la mujer fea no funciona...- arriesgué una defensa.
- Perdiste una vida - dijo mirándome a los ojos con expresión de pena - too bad. Empezá de nuevo.

...

Cuando llegué a la agencia el sábado tempranito me sorprendí de ver el Mini GT de Bettina en la entrada de autos. Me había imaginado un día de soledad y concentración, sin embargo las cosas ya empezaban a descarrilarse.

- ¡Ay! chiquito. Me dio tanta lástima que tuvieras que venir el fin de semana que te vine a abrir.- me recibió Bettina a medida que sus piernas aparecían en la escalera, con ese color que sólo da el verdadero sol. Bajaba con paso de Top Model, dejando que la cadera hiciera todo el trabajo, casi sin mover el torso. Llevaba puesto algo que también dejaba los hombros y una pequeña parte del vientre a la vista. Sólo pude leer la palabra "semper" en el tatuaje que se perdía dentro de la mini de kilt.

- ¡Bettina!...hola. No sabía que ibas a venir.
- Hola pendejo - me saludó con un beso en la mejilla. - pensé que te podía ayudar un poco antes que empezaras a escribir un nuevo comercial.
- Bueno...gracias - no entendía a qué se refería. La mirada de Bettina se había vuelto dura, casi alarmada.
- Hay algunas cosas que tenés que saber - empezó a contarme mientras entrábamos a la cocina. - PONCE/FE&E significa Ponce ForEver&Ever. Johnny no sólo hace la publicidad de ForEver. Es el dueño.
- Ah.
- El creó la marca hace muchos años, en Miami. ForEver es diferente a las demás líneas de belleza, ¿sabés? Sus productos están basados en un descubrimiento científico único.

Mientras me hablaba, Bettina sacó de la heladera una jarra de cristal tallado y sirvió dos vasos. Me ofreció uno.

- Los productos ForEver no retrasan el envejecimiento de las células. Lo detienen.
- Claro, lo tengo en cuenta.

Mientras bebía, Bettina me miraba fijamente.

-Mirá, vos me caés simpático. Y no me gusta que pases mal por esto, recién entrado a la agencia. No le cuentes a nadie lo que te voy a decir. ¿OK?
- Este... no, claro. ¿A quién le voy a decir?
- ¿Oíste hablar alguna vez de la Fuente de la Juventud? ¿La que los españoles buscaban en la Florida?

No estaba seguro si Bettina me estaba tendiendo una trampa o si simplemente estaba jugando conmigo. Si pensaba que yo iba a creerle, o si ella realmente creía en lo que me estaba contando. El hecho es que me contó toda la leyenda. Aparentemente la Fuente de la Juventud original había sido destruída por el conquistador español que la descubrió en el siglo XVI. Sin embargo, sus propiedades se habían trasmitido al último recipiente que se había llenado en ella. De esta manera se conservó hasta hoy el poder de sus aguas de detener el avance del tiempo.

- Los productos ForEver contienen el Elixir de la Eterna Juventud. ¿Entendés? Por eso no tenés que tener miedo de prometer belleza en tu comercial. Todo lo que digas va a ser verdad.
-¡Bueno! Es una tranquilidad, ¿no? - intenté una respuesta vaga - Por fin un comercial que no va a mentir, ¿eh?

¿Habría podido evitar todo lo que pasó después si en ese momento hubiera pensado menos en mi problema personal y hubiera prestado más atención a las advertencias de Bettina? Viendo las cosas con la perspectiva del tiempo me doy cuenta de mi error. Tenía todos los elementos para deducir qué era lo que realmente sucedía en PONCE/FE&E. La prueba más evidente era el propio Johnny Ponce con su edad indefinida, resultado del uso prolongado de los productos ForEver.

Sin embargo no me di cuenta de nada. La presencia de Bettina, tan intensa, me perturbaba. No podía pensar claramente con ella delante. La dejé sola en la cocina y me fui a mi cubículo a intentar aprovechar lo que me quedaba de la mañana.

Entre la música y el mate logré crear un microclima libre de Bettina. Me asombraba la devoción que tenía la secretaria modelo por su jefe y por sus clientes, pero eso no hacía más fácil mi trabajo. Decidí que esta vez iba a ir a lo seguro. Basta de metalenguaje, directo a los viejos recursos. Tras un rato de meditar, encontré un par de metáforas que podían sacarme del problema. Una consistía en una mujer caminando por una ciudad deprimente y gris, poblada de caras serias. Cuando sacaba el frasco y se ponía perfume, la ciudad mutaba y se llenaba de erotismo, de hombres que la miraban, etc. La otra empezaba con una mujer desnuda saliendo del jacuzzi, y acercándose a un frasco de ForEver. Al rozarlo con los dedos, se materializaban de la nada su ropa, joyas, calzado, y todo eso. Casi sin detenerse, la mina salía a la calle producida como una diosa. De manual.

Estaba salvado. Pero antes de escribir los guiones, fui hasta la cocina a calentar agua para un nuevo mate. ¿Estará considerada la mateína una droga adictiva?, me preguntaba mientras tiraba la yerba usada. En ese caso yo ya era un caso para rehabilitación. Dos termos en una mañana. En mi mochila tenía un paquete de yerba con la que volví a llenar el mate.

Lo que no encontré por ningún lugar fue una caldera para calentar agua. ¿Cómo harían los demás?. Yo recordaba haber visto una caldera de diseño, de acero inoxidable o algo así, sobre las hornallas. Pero ahora no estaba. No había ni un hervidor de aluminio, nada. Busqué en los cajones de cubiertos y en las puertitas de arriba, teniendo mucho cuidado de no atraer a Bettina con el ruido. Desde el otro extremo del corredor llegaba hasta mí el sonido de su teclado.

Finalmente en el fondo de un cajón lleno de servilletas de tela apareció un SUN, un calentador para poner dentro del agua. Ya estaba llenando el termo cuando recordé algo que me detuvo alarmado. No podía poner un SUN en una botella de metal. Dicen que se produce un efecto eléctrico extraño que puede causar un incendio. Volví a abrir todas las puertas en busca de un recipiente de vidrio, o por lo menos de plástico. Nada, sólo vasos y copas.

Entonces vi en una bandeja sobre la mesada la jarra tallada de Johnny Ponce. Después de volver a revisar sin resultado toda la cocina, decidí usarla. Tuve la precaución de disponer sobre la fría mesada de granito negro una servilleta de tela doblada en cuatro. Tomé la jarra con cuidado y la empecé a llenar con el agua de la canilla.

Por una décima de segundo, sentí que la cabeza me daba vueltas. Enseguida se me pasó, pero me llamó la atención el silencio que reinaba en la oficina. Bettina había dejado de teclear.

La contractura de la nuca me está produciendo vértigo, reflexioné.

La jarra desbordaba de agua.

- ¿Cómo no me di cuenta? - pensé, mientras cerraba la canilla enérgicamente. Tenía la sensación de estarme despertando de un desmayo, casi como si hubiera ocurrido un salto, un error en el disco duro del tiempo.

Algo preocupado por mi estado mental, puse la jarra de cristal sobre la servilleta, metí dentro el SUN y lo enchufé. El agua empezó primero a vibrar suavemente y luego más y más fuerte. Una luz azulada comenzó a irradiar desde el centro. Algo estaba mal. Estiré la mano queriendo llegar al enchufe, cuando de golpe la jarra estalló en una bola incandescente.

Mientras volaba hacia atrás envuelto en miles de esquirlas de cristal, alcancé a escuchar un grito espantoso, inhumano.

En el momento que golpeé el piso con mi espalda vi que Bettina estaba de pie en la puerta de la cocina. Intenté levantarme, resbalando con el agua, los cristales y mi propia sangre. El grito seguía. Bettina estaba cayendo de rodillas, llevándose ambas manos a la cara.

Es curioso cómo en una situación de shock uno percibe detalles aislados. Nunca antes había mirado bien las manos de Bettina. Ahora las veía, como detenidas en medio del derrumbe de todo su cuerpo.

Eran unas manos espantosas, totalmente arrugadas, con la piel manchada y escamosa. Los finos huesos y tendones parecían estar al descubierto. Era como si hubiera desaparecido la sustancia que los mantenía unidos.

- ¡Bettina! - grité, sin hacer caso a las miles de señales de dolor que llegaban a mi cerebro - ¿qué te pasa?

- ¡La jarra! - un rostro que apenas pude reconocer como el de la secretaria me miró desde el centro de una nube de jirones de piel y carne.

- Destruiste la Fuente de la Juventud, imbécil - dijo con el último soplo de vida que salió de donde había estado la boca, antes de perder la cohesión y volverse un remolino de algo que parecía tierra seca.

...

Por suerte unos vecinos me encontraron tirado en la vereda. Había perdido mucha sangre, y tenía trozos de cristal clavados en todo el cuerpo. Dicen los médicos que en esas condiciones fue un milagro que sobreviviera.

Cuando los guardias de seguridad entraron a la agencia no supieron reconocer lo que quedaba de Bettina como restos humanos. Tampoco encontraron a nadie en el apartamento de Johnny Ponce. O quizás deba decir Juan Ponce de León, que ése era el nombre que usaba en 1513, cuando salió de Puerto Rico rumbo a la Florida.

Ahora estoy bien. Conseguí trabajo en otra agencia, donde puse como condición no trabajar para cosméticos.



Noviembre 2007.